sábado, 4 de octubre de 2008

El abuelo, el niño y la biblia

¡Sin miedo, sin miedo! ¡eaaahh! - vociferaba el abuelo mientras sostenía enérgicamente con una mano un grueso tablón de madera y con la otra un largo serrucho, cortando el tablón de extremo a extremo.

¡Nunca tengas miedo hijo!...¡Sin miedo, sin miedo!... ¡eaaaah! - volvía a decir con tal fuerza y buen humor que daba gusto escucharlo. El niño oía en silencio al abuelo y miraba atentamente como el constante ir y venir del serrucho iba dibujando un largo y profundo corte en la dura madera.

El abuelo era muy recio, tan recio como la madera que serruchaba, y a pesar de sus casi ochenta años tenía los músculos tan fuertes como una piedra maciza y más energía que un joven de quince, el sol había quemado sus brazos y profundas líneas surcaban su rostro y su piel ya mostraban las manchas de la vejez. El tiempo había pasado en la piel del abuelo... pero no había tocado su espíritu.

El viejo era fuerte. Tenía la fuerza natural del carácter forjado con los innumerables golpes y obstáculos de la vida, sus maneras eran frecuentemente toscas y duras, y sin embargo, sorprendía la viveza y casi ternura con que fastidiaba a los niños del barrio rascándoles la cabeza cuando pasaban a su lado, aunque tan fuertemente que apostaría que hizo llorar a más de uno. Y aunque el viejo nunca lloraba, sus ojos plomos solían mirar con la firmeza y ternura que desborda el recuerdo.

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