domingo, 2 de noviembre de 2008

la chica de rosado

Creo que si estuviera frente a cientos de personas y tuviera que decir un discurso no me sucedería eso tan extraño que me ocurre con la chica de rosado.

Hace mucho tiempo que no sentía algo parecido, hace años que el corazón dejó de percatarse con la emoción que hace nacer esas palabras y esas cartas tan efusivas de enamorados, como con María cuando tenía quince años, cuando una palabra o una mirada era tan significativa y cuando una sola sonrisa era como un cielo salpicado de estrellas.

Cuando estoy cerca a la chica de rosado algún motor hidráulico metido dentro de mí empieza a dar mil revoluciones por segundo, y basta su sonrisa para volver a ser de alguna forma, como de quince años... y aunque ella no lo sabe la he empezado a querer desde hace algún tiempo. La verdad, creo que ya lo sabe, asi que intento ser menos obvio. Después de mi rara y difícil relación con Liliana prometí medir muy bien el suelo antes de pisarlo. Sin embargo no he sido muy exitoso en retener mis expresiones hacia ella, aunque no directamente, pero es igual...

Me parece muy gracioso como me siento cuando está cerca, y aunque he tratado y trato a varias chicas a diario con nadie he sentido lo mismo. Lo sentí cuando la ví por primera vez: Era algo alrededor de ella y también dentro de ella, era algo detrás de su mirada y era algo dentro de mí, como si un niño saltarín empezara a dar volteretas y brincos del estomago al pecho.

Y aunque no le dí mucha importancia, ese niño saltarín tuvo la osadía de perseguirme por varios meses. Antes solía decirle al niño que dejara de brincar porque se podía golpear tan fuerte como el último que anduvo por aquí, pero hace algún tiempo comprendí que es un pequeñin diferente y realmente bello, y que el anterior simplemente ya no existe, y que brincar... que brincar es necesario para vivir.

Por eso decidí dejar que el pequeñin salte por la chica de rosado, aunque le digo que lo haga bajo, y aunque su mentecita no comprende porqué, yo le digo despacio: "aún no es amor niño, ¡no saltes tanto!"... Pero igual salta. Así son los niños!

Y bueno esa es una partecita muy pequeña de todo lo que podría decir de la chica de rosado, o tambien "ojos durazno"

jueves, 16 de octubre de 2008

La razón de este blog

He procurado buscar un motivo medianamente razonable para crear éste blog. La verdad que no lo he encontrado. Al menos por ahora.

Quizá sea porque hace algún tiempo leyendo varias de mis líneas en papeles viejos, alguien me dijo con entusiasmo: "¿Porqué no escribes?" Ya lo había pensado, y ésta fue como una confirmación a esos pensamientos. De ahí en adelante empecé a sentir como un sútil martilleo con la misma pregunta, una y otra vez.

Así que la mejor razón que he encontrado es esa: ¡librarme de ese martilleo!

Y bueno, como diría un viejo amigo mío... vamos pa' lante!

sábado, 4 de octubre de 2008

El abuelo, el niño y la biblia

¡Sin miedo, sin miedo! ¡eaaahh! - vociferaba el abuelo mientras sostenía enérgicamente con una mano un grueso tablón de madera y con la otra un largo serrucho, cortando el tablón de extremo a extremo.

¡Nunca tengas miedo hijo!...¡Sin miedo, sin miedo!... ¡eaaaah! - volvía a decir con tal fuerza y buen humor que daba gusto escucharlo. El niño oía en silencio al abuelo y miraba atentamente como el constante ir y venir del serrucho iba dibujando un largo y profundo corte en la dura madera.

El abuelo era muy recio, tan recio como la madera que serruchaba, y a pesar de sus casi ochenta años tenía los músculos tan fuertes como una piedra maciza y más energía que un joven de quince, el sol había quemado sus brazos y profundas líneas surcaban su rostro y su piel ya mostraban las manchas de la vejez. El tiempo había pasado en la piel del abuelo... pero no había tocado su espíritu.

El viejo era fuerte. Tenía la fuerza natural del carácter forjado con los innumerables golpes y obstáculos de la vida, sus maneras eran frecuentemente toscas y duras, y sin embargo, sorprendía la viveza y casi ternura con que fastidiaba a los niños del barrio rascándoles la cabeza cuando pasaban a su lado, aunque tan fuertemente que apostaría que hizo llorar a más de uno. Y aunque el viejo nunca lloraba, sus ojos plomos solían mirar con la firmeza y ternura que desborda el recuerdo.